La Transformacion

Nuestra Espiritualidad

 

La Transformación

 

La vida nueva en el Espíritu es fruto de la transformación en Cristo y, a la vez, la transformación en Cristo es fruto de la vida nueva en el Espíritu. En el fondo, vida nueva y transformación se identifican. Ambas provienen del Espíritu. Ambas son presencia viva de Cristo. Ambas son anuncios de evangelio, y evangelio vivo.

 

La primera finalidad de la Comunidad Siervos de Cristo Vivo, según los Estatutos (1. 4. 1) es "la búsqueda de una relación personal con Jesús en la Eucaristía, a través de un esfuerzo de cada Siervo, en la contemplación, para llegar a una transformación en Cristo". Y cuando los Estatutos hablan de las características del Siervo (3. 3. 1) dicen: "Cada Siervo tratará de llevar una profunda vida en el Espíritu, consciente de que la transformación nos viene por la acción del Espíritu Santo".

 

Por tanto cada Siervo se compromete a aspirar consciente y permanentemente a que toda su vida se vaya transformando radicalmente, es decir, desde sus raíces, hasta llegar a ser, aún en medio de la inevitable debilidad y pobreza nuestra, una presencia viva de Cristo por la acción del Espíritu Santo.

 

Ser un siervo de todos

En Samaná, en noviembre de 1982, el Señor nos habló claramente: "Yo no los llamo 'siervos' como el concepto que tiene el mundo. El siervo para el mundo es un hombre-esclavo. Es un hombre que es siervo por el egoísmo de los demás. Pero el Siervo de Cristo Vivo es un siervo que se ha hecho esclavo voluntariamente. Es siervo por amor, que no es lo mismo. Por eso, no separen la palabra 'siervo' de la nomenclatura 'Siervos de Cristo Vivo' ". Hay que entender que no quisiéramos menospreciar el título de "amigo" ofrecido por el Amigo que nos había dado a conocer todo lo que había oído de Su Padre (cf. Juan 15, 15); pero con San Agustín, estamos diciendo: "Tú puedes llamarme amigo, yo me reconozco siervo". Estamos voluntariamente haciéndonos esclavos. No rechazamos el honor de ser llamados amigos, pero preferimos elegir un honor más grande todavía: de ser siervos de Él, que vive para siempre. ¿Hay algo más grande que servir al Dios vivo?

 

Como reflejo de la presencia viva de Jesucristo en el mundo

Todavía, hoy día, existe la tentación de revestir a Jesús con las expectativas nuestras. De allí hay sólo un paso para poner en marcha nuestras propias expectativas, creyendo que somos un "reflejo de la presencia viva de Jesucristo en el mundo", y destruir lo que más amamos.

Es aquí donde el ejemplo de nuestro patrono, San Francisco de Asís nos ayuda: su afán de imitar a Jesús no tiene tanto que hacer con la radicalización de su estilo de vida, como con la radicalización de su vida de oración. Se dice que: "no era tanto un hombre de oración, sino la oración hecha hombre".

La diferencia está precisamente en esta característica de la oración en San Francisco, este reconocer que hay un mundo más allá, donde vive el Creador, el Todopoderoso para quien nada es imposible, donde vive Dios. Y así nosotros los Siervos, mientras estamos en el mundo, estamos invitados a ser luz del mundo, una luz que emana desde el mundo venidero, y nos llena y nos ilumina a través de nuestra vida de oración. Solamente así -llenos de la luz recibida en oración- podemos nosotros iluminar el mundo a nuestro alrededor; llevando luz a las tinieblas, no tanto por nuestras obras, sino por nuestra presencia. Una presencia impregnada con los frutos de la oración, del escuchar y obedecer a la voz del Cristo vivo.

 

Su misión será pacificadora en todo momento y su vida será la construcción y aplicación de la paz

El único signo seguro de la presencia de Jesús es "paz". Cualquier otro signo podría ser imitado por el enemigo, pero « la paz que sobrepasa todo entendimiento » (Filipenses 4, 7) es inimitable. Es exclusiva de Jesús. Sólo se experimenta la paz verdadera cuando Jesús hace acto de presencia, diciendo: « La paz sea con vosotros » (Lucas 24, 36). ¡La Paz es Jesús! (Efesios 2, 14).

Jesús no solamente nos bendice con su paz, sino que nos la entrega: « mi paz os dejo , mi paz os doy » (Juan 14, 27), y nos manda que, a la vez, la entreguemos a los demás: : « En la casa en que entréis, decid primero: "Paz a esta casa" » (Lucas 10, 5). Es que Jesús « vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca. » (Efesios 2, 17) « a fin de ... guiar nuestros pasos por el camino de la paz » ( Lucas 1, 79).

La insistencia en esta paz es tanta que San Pedro -en la casa de Cornelio- resume toda la evangelización en una frase: « Dios ... ha enviado su Palabra ... anunciando la Buena Nueva de la paz por medio de Jesucristo » (Hechos 10, 34-36).

Y San Pablo se hace eco de la misma idea, diciendo: « ¡En pie! pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz » (Efesios 6, 14-15). Es por esta razón que nosotros, como Siervos, estamos motivados a tomar el papel de "instrumentos de la paz", y actuar como intercesores para promocionar justicia, perdón, reconciliación, y misericordia. Porque nuestro anhelo es la construcción y la aplicación de la paz. Pues « el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo » (Romanos 14, 17). « Procuremos, por tanto, lo que fomente la paz » (Romanos 14, 19).

 

El que mucho ama es capaz de hacer grandes sacrificios por el amado

He aquí el corazón de la identidad y la característica principal de un Siervo. El concepto de la radicalidad del amor en el servicio incondicional, a base de una profunda vida de oración.

En esta donación por amor de todo lo que somos y todo lo que tenemos, hasta la vida misma, está la esencia del Siervo: « ...el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos » (Mateo 20, 26-28).

Es como si estuviésemos en una carrera al revés, en la cual, por amor a los demás y para que nadie se sienta mal, haríamos todo lo posible para que todos los demás ganen. Una carrera de amor en la cual nos esforzamos a ser los últimos, con el premio de gozar al ver los demás ganar.

Jesús mismo lo explica mejor que nadie: « Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros » (Juan 15, 12-17).

 

Anonadamiento

La esencia de la espiritualidad de los Siervos se encuentra en la palabra "anonadamiento". La vocación de un Siervo es, en el fondo, aniquilarse a sí mismo, abatir su personalidad y opacar su presencia para que no se note, ni se le vea, sino que sea Cristo en él, mostrándose al mundo.

No es un aniquilamiento enfermizo, buscando sufrir por sufrir. Es más bien el grito gozoso del salmista « ¿Qué le daré al Señor por todos los favores que me ha hecho? » (Salmo 116, 2).

Es como si fuésemos transparentes y sin sombras. "Transparentes", para que no seamos ni obstrucción ni interrupción entre el prójimo y Cristo vivo. "Sin sombra", porque pretendemos no tener ni peso ni volumen, ni ocupar espacio alguno; reducirnos a la nada donde nuestra misma existencia solamente se entiende en relación con el servicio a Cristo vivo. El piropo que buscamos oír es: "parece que no tiene sombra".

Nuestra llamada va mucho más allá que el "anonimato" que solamente busca esconder nuestra identidad. Va hacia el anhelo de dejar atrás todo lo que somos, y alcanzar la meta de San Pablo : « ...y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. » (Gálatas 2, 20).

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